El do del saxofón
Supimos,
tan solo una vez, tener un puesto de comidas al paso a la vera de la Ruta 41. Muchas personas, en sus vehículos, transitan por este tramo de casi 200
kilómetros rodeados de pasto, alambrado, aves, alguno que otro charco a los
lados del trayecto, y ese olorcito tan característico del campo campero.
Voy a
ser sincera, el lugar estuvo, está y estará desierto, sólo el canto de los
horneros, el vuelo rasante del chimango y los mosquitos nos acompañaban mientras preparábamos nuestro puesto
de comidas al paso de único plato.
Hubo
una vez, que tuvimos el placer de atender a una única familia. Estaba el padre,
la madre y dos mocosos inquietos. Los hicimos sentar cerca del hogar a leña
porque hacía frío, era pleno invierno.
Mi
hermano mayor fue quien los atendió primero. Cosa que habíamos aprendido, de la
vez que fuimos a la ciudad, era ofrecer las bebidas antes de la comida. Así que
le pidieron dos gaseosas dietéticas y un vino para acompañar a las milanesas
napolitanas con papas fritas. Otra opción no tenían puesto que ese era el menú
del día.
Mientras
las migajas de panes iban apareciendo sobre la mesa, el jefe de la familia
degustó el vino que mi hermano había llevado. Ante la falta de matices afrutados y cierta frescura en el
paladar, además de la buena acidez, exigió que se le trajera un vino
blanco de mayor calidad.
Como
era de esperarse, con una sonrisa gigante, mi hermano se retiró con el vino e
ingresó a la cocina donde mi madre cocinaba el delicioso almuerzo que les
esperaba a los clientes. Y mientras esto transcurría, mi hermano tomó, del
tercer cajón de la gaveta, una etiqueta dorada, símbolo de importancia y
elegancia, y la pegó sobre la etiqueta del vino que tenía en mano.
Con la
misma sonrisa con la había sido despachado hacia la cocina, volvió a la mesa y
aguardó la aprobación de este agudo catador. << ¡Qué buen vino, señor! >>
Exclamó.
A todo
esto, yo tenía que servir las gaseosas. Obviamente que no disponíamos de gran
variedad en cuanto a bebidas nos referíamos, así que decidí llevar una jarra de
vidrio llena de gaseosa, común. Ellos iban a comer milanesas a la napolitana, y
con papas fritas, no estaban a dieta.
Mi
hermana, la artista, con ánimo de mostrar al público presente la nueva canción
que había aprendido esa mañana en la clase de música, se armó de coraje y, con
el saxofón en mano, se situó delante de la mesa de los clientes.
Se
había acabado por completo el pan de la mesa. La familia, cansada de esperar
por la comida, se iba a disponer a expresar su disgusto convocando a mi
hermano, pero fueron interrumpidos por un do enharinado que mi hermanita
interpretó con gran entusiasmo.
Mi
hermano menor, el pícaro incorregible, nos contó que él deseaba emular un
invierno con nieve. Introduciendo harina dentro de la boca del saxo pensó que lograría
aquel efecto en el público.
Mientras
limpiábamos el piso, mientras mi hermanita lloraba al compás de la risa de mi
hermano y los insultos enardecidos, llegó mi madre con la comida.
<<
¿Qué es esto? >> Preguntó atónita la mujer enharinada ante la presencia
de un solo plato en la mesa. Respondimos al unísono << Este es un puesto
de comidas al paso de único plato >>
Autora: ferdeimos
Los hechos y/o personajes de la historia son ficticios,
cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia
Nos vemos en el próximo cuento corto...
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA 3.0,
como se detalla en http://creativecommons.org/licens.
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